LO QUE NECESITAN LOS HIJOS DE SUS MADRES EN LAS DIFERENTES ETAPAS DE DESARROLLO
Por Gladys G. de Bothe
Psicóloga Clínica
Errar es de humanos y resarcirse es de sabios, por eso siempre tendremos la oportunidad de mejorar en la tarea de ofrecer a los hijos lo que ellos necesitan de sus madres.
Los hijos necesitan de sus padres comida, vestido, educación y protección, eso es algo que incluso exige la ley a todo progenitor, pero lo que realmente es vital es el AMOR de sus padres, en especial el de la madre.
El amor que verdaderamente llega al corazón de los hijos, que les hace sentir que los amamos, se da cuando hay un profundo interés por ellos y un verdadero compromiso con la crianza. Se expresa cuando vemos y consideramos a nuestros hijos como algo muy especial, cuando su bienestar y su felicidad están primero que nuestra comodidad; cuando disfrutar de su compañía es más importante que cualquier otra actividad; cuando los tratamos con respeto y consideración como a nuestros más queridos amigos; cuando los cuidamos con más esmero que a cualquier joya; cuando los escuchamos con toda atención e interés y cuando los apoyamos en sus dificultades y aceptamos sus fracasos o errores sin recriminarlos por haber fallado.
En otras palabras, el amor que hace sentir a los hijos amados y valorados debe ser incondicional; incluye caricias y otras demostraciones afectivas; exige paciencia, tolerancia y requiere de calidad y cantidad de tiempo; todo lo cual implica comprometerse y dar a los hijos absoluta prioridad.
Ese amor inmenso que una mamá es capaz de brindar debe ir acompañado de LÍMITES, pues los niños y los adolescentes son como un río que corre lleno de vida, fuerza y vitalidad, pero todos sabemos qué ocurre cuando un río no tiene jarillones… cuando se crece, se desborda y se lleva la casa, la cosecha y todo lo que tiene a su paso. Los padres somos los llamados a poner esos límites, pues los muchachos difícilmente los ven. Ellos saben que quieren, pero nosotros sabemos qué necesitan. Los pequeños solo quieren chocolatinas y helados, pero nosotros sabemos que necesitan pollo, carne y verduras. Los adolescentes solo quieren navegar en internet y salir con los amigos, pero nosotros sabemos que también tienen que aprender química y compartir con la familia.
La magia está en cómo poner los límites, pues la “cantaleta”, las amenazas y las agresiones poco o nada logran. Esos límites deben ser previamente pactados, expresarse en tono bajo y pausado y especialmente deben llevar de la mano, las consecuencias congruentes con la falta: “Si rompiste el vidrio, pagas el vidrio”. La palabra responsabilidad viene de responder, cuando una madre responde por algo que debe responder el hijo (no importa si tiene cinco o 15 años), lo hace un irresponsable.
En ocasiones los muchachos sienten que los límites los hacen infelices y que se los estamos poniendo porque no los queremos; en ese momento debemos recordarles que los padres a veces hacemos cosas que les duelen porque los queremos. Un ejemplo perfecto son las vacunas, que muchas veces duelen al inocularlas: así les duela, los vacunamos para protegerlos de contraer algunas enfermedades. A veces no quieren ir a la clase de natación y nosotros los hacemos asistir, porque más adelante, cuando se hunda la lancha, van a nadar solos.
No se trata de premiar o castigar, porque esas pautas de crianza son poco efectivas; se trata de establecer límites y consecuencias congruentes con la falta que lleguen a cometer. Los premios como herramienta para educar a los hijos les enseña a chantajear. De hecho, en ocasiones se premian: “Si te tomas la sopa te doy un dulce”, cuando tener sopa para tomar ya es un premio. Los castigos, por su parte, victimizan, haciendo que la mamá se vuelva la mala y el hijo no desee resarcir su falta porque no siente ninguna culpabilidad.
Tampoco sirven las amenazas que no tienen nada que ver con la falta: “Como me contestaste feo; no te compro la camiseta”: eso es como si el policía de tráfico me pidiera la dirección para quitarme el agua y la luz por hacer un cruce prohibido, en lugar de ponerme un comparendo.